José Chávez Morado siempre asumió que formaba parte de la segunda generación de muralistas. Su adhesión ocurrió cuando los muros de fuego ya eran una mirada dominante. Contra lo que pudiera suponerse, éste es un mérito mayor, aunque también hemos de reconocer que en muchas ocasiones los académicos establecen límites demasiado estrechos para los creadores que escapan de los territorios que les asignan. En efecto, Chávez Morado se revela como un personaje complejo y multifacético. Él fue uno de los creadores más representativos de Guanajuato, un nombre clave para la historia del arte del Bajío, y su legado está más allá del muralismo por dos razones fundamentales: en primer término, sus creaciones también incluyen un amplio bocetaje en grafito y tinta, una obra gráfica nacida bajo el amparo de distintas técnicas, así como caricaturas, carteles políticos, diseño de objetos, pinturas de caballete y restauraciones de edificios. Vista en su conjunto, su creación es un gran mosaico, donde cada pieza revela los signos más profundos de la mexicanidad. En segundo lugar, Chávez Morado fue un gestor, un coleccionista, un promotor, un galerista y, por supuesto, un activista político. No hay duda, él formó parte de los grupos político-culturales más contundentes de su época, siempre desde una posición discreta, pero con una visión amplia y clara de los objetivos, cuestionando modos de hacer y de pensar de una manera que a veces no fue tan callada, justo como ocurrió en algunas de las polémicas en las que participó para contradecir —entre otros— a Siqueiros o a Lombardo Toledano.
La peculiar mirada del maestro tiene su origen en una formación sui generis y lejana de los academicismos y los clichés. Su imaginario es resultado de la vida provinciana, desubicada y convulsa por los efectos de la Revolución”. Sin embargo, la fiesta de las balas no basta para explicarlo por completo, él —además— hizo suyo “el ambiente liberal ilustrado del proyecto educativo de Justo Sierra, lo amalgamó con el recuerdo de la militancia juarista de sus ancestros y con la religiosidad popular de su familia para constituir su abigarrado mosaico provincial y mexicanista del altiplano donde nació y se crió”.[1] Chávez Morado es dueño de una tradición ancestral que fue asumida desde la óptica de la crítica.
Si bien es cierto que su tiempo y su herencia lo marcaron de manera perenne, también lo es que su vida dejó huellas profundas en su trabajo: sus tiempos pizcador en Estados Unidos, sus primeros años en la Ciudad de México y las carencias de un provinciano que estudiaba dibujo en escuela nocturna no pueden ser olvidados. La mirada aguda e intensamente humana de Chávez Morado no deja cabo suelto, su experiencia de “lo mexicano” excede los libros y está empapada de vida.
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El dibujo de Chávez Morado surge de la imperiosa necesidad de materializar las ideas que no podían representarse con otros medios. Nunca fue un acto meramente estético, tampoco fue contemplativo, era un medio que le permitía plasmar mitos, leyendas, verdades alternas, modos distintos para comprender la realidad. Algo muy similar a lo que ocurre en su obra gráfica, donde se revela un derroche onírico que se mezcla con elementos de la materialidad más próxima. Efectivamente, en sus trazos emergen realidades alternas bajo la apariencia de lo fielmente copiado. Una mención especial la merecen sus caricaturas, con los pseudónimos de Juan Brochas —en La Voz de México, el periódico del Partido Comunista Mexicano— y más tarde como Chon en el semanario Combate de la Liga de Acción Política, Chávez Morado creó una serie de dibujos cargados de una fuerte ironía que alumbra las causas de los conflictos de su época, esos trazos son un discernimiento de los hechos desde la historia y el compromiso que nació desde una posición política.
A diferencia de otros pintores de su generación, cuya obra pierde fuerza si se le saca del contexto cultural en el que fue realizada, la de José Chávez Morado crece y adquiere su justa dimensión en el ir y venir de la mirada, en la libre asociación de ideas entre el mundo que interpreta y el que vive el espectador, un hecho que le da un carácter atemporal a su discurso. Incluso, es posible hablar de una cultura visual que se adelanta a su tiempo en medida que expresa la misma fuerza simbólica sin importar el medio que utiliza y que un simple trazo puede transformarse en un argumento de peso. En efecto, los bocetos de Chávez Morado son expresiones que pueden interpretarse desde los preceptos de la obra abierta que está más allá de los academicismos y las corrientes estilísticas. Estamos ante una perspectiva que es más cercana a nuestro tiempo que al de Chávez Morado, pues sus creaciones son textos siempre legibles. Hoy, las obras de Chávez Morado nos remiten a la falta de un proyecto de nación, a nuestra inseguridad cultural y, por supuesto, a la profunda desinformación que caracteriza nuestra sociedad.
Esta perspectiva nos permite comprender que —bajo la piel de la forma— siempre está la premisa más apremiante de Chávez Morado: su eterno interés por desmenuzar este país desde una visión completa, total y capaz de comprender una diversidad cultural que no puede reducirse a meras definiciones. Aún más, su posición como “obrero” de la pintura le permitió comprender que la importancia simbólica de una manifestación popular o de un despliegue de “alta cultura” están en el mismo nivel visual. En sus creaciones no pueden competir o eliminarse, justo como lo señala Luis Martín Lozano: “mientras que las primeras décadas del siglo xx se caracterizaron por la búsqueda para conformar una identidad moderna en nuestro país, la figura de Chávez Morado fue cobrando importancia debido a que se avocó a recuperar la memoria cultural de México […] estableciendo un diálogo, constante, entre nuestros valores y la realidad cambiante”.[2]
La búsqueda de sincretismos entre las disciplinas que se alineaban en campos separados —como sucedía con el arte popular o el arte culto— es una de la principales preocupaciones de Chávez Morado, por esa razón creó escuelas y programas para el trabajo conjunto, justo como sucedió en sus mosaicos de Ciudad Universitaria, en los afanes que emprendió en los Talleres de Integración Plástica de La Ciudadela, en su participación en los Seminarios Latinoamericanos de Artesanía y Arte Popular organizados por la Unesco o en las escenografías y los vestuarios que diseñó para los ballets que se estrenaron en el Palacio de Bellas Artes. Esta necesidad de reconciliar la eterna paradoja entre modernidad y tiempo ancestral, entre los productos de consumo y el arte popular o entre la tradición popular y el arte de culto es la fuerza atemporal que nutre su obra.
No menos importante es la repercusión que tuvo en el panorama cultural de su época. “Siempre pensé que un artista debe encontrar sentido a su quehacer, si lo realiza para el pueblo, si tiene como objetivo el intercambio de valores con los demás. El creador y sus obras deben cumplir varias funciones sociales, entre otras la educativa y la recreativa”,[3] decía Chávez Morado, que no se conformó con ser dibujante, pintor, grabador y muralista. Se dio tiempo para fungir como gestor, docente, coleccionista, activista y promotor. Lo mismo fundaba y dirigía el Centro Nacional de Artesanía y Diseño, que la galería La Espiral; y lo mismo puede decirse de su presencia en el Congreso Antifascista de España, de la restauración de la casa de los Marqueses de Rayas en Guanajuato para convertirla en museo o de la donación su importante colección de arte popular. No hay que olvidar que Chávez Morado se formó como docente, dando clases de dibujo y reorganizando toda la currícula de Bellas Artes para la Secretaría de Educación Pública a finales de la década de 1930, y que también formó parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y del Taller de la Gráfica Popular. Y, claro, es imposible dejar de mencionar la mancuerna perfecta que se fundió al casarse con Olga Costa, cuya familia y pensamiento influyeron definitivamente en él.
A su regreso a Guanajuato en la década de 1960, Chávez Morado no se contentó con la contemplación del paisaje guanajuatense. Su inquetud lo llevó a rescatar la Alhóndiga de Granaditas, definiéndola como museo, restaurando el edificio y gestionando sus colecciones; lo mismo ocurrió con la creación del Museo del Pueblo, al que hizo una donación crucial, no sólo de arte popular, sino también de arte moderno para dotarlo del acervo permanente que hasta la fecha se exhibe. De la misma manera su propia casa —ubicada en el Barrio de Pastita en Guanajuato— se convirtió en el Museo José Chávez Morado y Olga Costa, con archivos, biblioteca y la obra que, tanto él como su compañera, legaron al estado. Ante estos hechos, otras instituciones —como el Instituto Oviedo de León o el Museo Universitario de La Salle— también se han sumado para reunir su acervo y preservarlo.
De esta manera, la obra de Chávez Morado es la de un hombre universal, de un ser muy parecido a las grandes figuras del Renacimiento que sirvieron de ejemplo a los grandes personajes de México, quienes —además de plasmar sus ideas y sus sueños en los muros— nos plantearon abanicos de posibilidades y verdades que no se quieren escuchar. Chávez Morado y los suyos hicieron visibles a los invisibles y nos dieron la esperanza de que sí es posible transformar el mundo.
[1] José de Santiago Silva. José Chávez Morado: vida, obra y circunstancias. Guanajuato, La Rana, 2001, p. 9.
[2] Luis Martín Lozano. José Chávez Morado: en memoria. Catálogo de la exposición homónima realizada por el Museo de Arte Moderno, CDMX, Litográfica Eros S.A. de C.V., México, 2004. p. 15.
[3] José Rizo. José Chávez Morado: ñiño y pintor. Guanajuato, La Rana, 2009, p. 81.
Segundo Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura, Madrid, 1937
1. Rafael Alberti; 2. María Luisa Vera; 3. José Chávez Morado; 4. Fernando Gamboa; 5. Elena Garro; 6. Octavio Paz; 7. Susana Gamboa; 8. Silvestre Revueltas; 9. José Mancisidor.
“Grupo de artistas e intelectuales mexicanos en Madrid: José Chávez Morado, Elena Garro, Octavio Paz, José Mancisidor, Pascual Pla y Beltrán, Fernando Gamboa, Susana Gamboa y Silvestre Revueltas (septiembre de 1937). Es posible que la foto se haya tomado ante las puertas de acceso del Teatro Español de la Plaza Santa Ana, ubicado frente al Hotel Victoria.”
Imagen incluida en el libro de Julio Estrada:
“Canto roto: Silvestre Revueltas” (FCE/UNAM, 2012)
JOSÉ CHÁVEZ MORADO
(Silao, Guanajuato, 1909 -
Guanajuato, Guanajuato, 2002)
Soldadores
Cuadro alusivo a la construcción de grandes edificios en la Ciudad de México y a los riesgos y capacidad de la mano de obra mexicana. Tras haber conocido de la muerte de varios obreros en obra, Chávez Morado hace una serie de cuadros que tienen la cruz simbólica del viacrucis, en traslape semiótico con los cambios profundos en el paisaje de la ciudad y del obrero soldador del ramo constructor.
Firmado y fechado 60. Óleo sobre tela. Con certificado de autenticidad del artista, octubre de 1962. Con etiqueta de Galería de Arte Mexicano. Colección Particular JAGR
JOSÉ CHÁVEZ MORADO
(Silao, Guanajuato, 1909 -
Guanajuato, Guanajuato, 2002)
Río Revuelto
La capacidad de observación, la conjunción iconográfica de una gran ciudad en ciernes y los temas del conflicto diario entre cultura popular y cultura de masas que se vivió en la década de los cuarentas del siglo pasado en la Ciudad de México, quedan de manifiesto en este espléndido cuadro. Una serie de escenas en el andamiaje del edificio por levantar, nos hacen sentir una atmósfera vibrante, pero al mismo tiempo un tanto siniestra, a partir de la idea de la implantación del progreso como camino a la felicidad, tan característica del momento histórico del Desarrollo Modernizador en el país, y tan lejana de la realidad de muchos de sus habitantes, como lo denuncia el Maestro.
Firmado y fechado 1949. Óleo sobre tela. Acervo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
JOSÉ CHÁVEZ MORADO
(Silao, Guanajuato, 1909 -
Guanajuato, Guanajuato, 2002)
Vida nocturna de la ciudad: La salida del teatro
Una de seis piezas en carpeta. Esta edición corresponde al número seis de la primera serie de álbumes de arte gráfico publicada por Ediciones Arte Mexicano al cuidado de Agustín Velázquez Chávez. Constaba de cien ejemplares firmados por el autor, esta carpeta es el número 87/100. Aproximación de Chávez Morado como recién llegado a la Ciudad de México, describiendo sus luces y sombras.
Firmada y fechada 1936, en pluma. Xilografía sobre papel. Colección Particular JAGR.
JOSÉ CHÁVEZ MORADO
(Silao, Guanajuato, 1909 -
Guanajuato, Guanajuato, 2002)
El Retórico
Pieza boceto que parte de un estudio del “pensador intelectual” de su época con la CDMX como fondo. Posiblemente el retrato de alguien particular, no especificado. Más tarde esta figura devendrá en grabados como “Nube de mentiras”, y el óleo del mismo título, en una manifestación de franco desencanto, o si se quiere, de disimulo, en una época posterior más burocrática y conformista.
Firmada, s/f. Grafito sobre papel. Colección Particular OAVD.
Grisell Villasana Ramos.
Marzo de 2017.