Desde tiempos lejanos, hemos considerado que el arte es la interpretación que los artistas hacen del mundo y del concepto de humanidad del que son parte y, sin embargo, los nuevos caminos emprendidos por estas disciplinas –desde pinturas que no parecen serlo hasta gente realizando acciones que nos parecen más “broma” que arte- nos hacen sentir que éste se encuentra más lejos que nunca de aquello que nos representa. ¿Qué es lo que sucede? En la opinión de los conocedores del tema, justo lo contrario: el arte está más cerca de nosotros y de nuestra cotidianidad que nunca y es justo por eso…que no lo consideramos arte.
Críticos y analistas de hoy en día ven en las tendencias del siglo que pasó los balbuceos de un discurso artístico ligado a las nuevas formas de concebir el mundo. El paso de un discurso lineal –academicismos, estética Kantiana, análisis histórico, estructuras semióticas- a un discurso heterogéneo –multiplicidad de estilos, la estética de lo cotidiano, pertinencia hermenéutica- producto de un mundo más complejo. Después de dos guerras mundiales, la bomba atómica, la conquista del espacio, y el boom massmediatico era imposible esperar que las propuestas artísticas no presentaran nuevas formas de recrear el mundo. El movimiento Dada, y Duchamp en particular –allá por los años 20’s del siglo pasado-, fueron los primeros en proponer un análisis filosófico a través de la obra de arte, tirando por tierra todo concepto de tecnicismo, percepción e interpretación decimonónica. La obra de arte ya no tendría que responder a la pregunta ¿Cómo hacer arte?, sino a cuestiones como ¿Qué es el arte? ¿Por qué es algo una obra de arte? ¿Sirve de algo hacer arte? y, ¿De quién y para quién es la obra de arte?
Para cuando Warhol y Beuys aparecen en escena, grandes transformaciones se llevan a cabo debido a la aplicación de la tecnología en el entorno cotidiano, la aparición del mass-media está revolucionando vertiginosamente la ya sociedad de masas y las imágenes dejan de ser derrotero exclusivo de los artistas. Warhol, anticipándose a su generación, comprende los procesos de culturación a partir de una nueva forma de percibir el mundo que, a la manera de McLuhan, incluye a cada espectador en la cotidianidad de mundos ajenos que a su vez son integrados al propio concediendo el protagonismo al símbolo y al contenido del mismo, y ya no al soporte, que desde este momento formará parte de la pieza, pero no tendrá la primacía en el juicio de valor de la misma. Así, 500 años de historia del arte, caen desde su aparatoso pedestal cuando las galerías comienzan a presentar objetos de la vida cotidiana, prefabricados y baratos como las nuevas formas del objeto artístico.
A finales de los ochenta, con el advenimiento de la cibernética y la “realidad virtual”, el filósofo francés Jean Baudrillard anuncia el inicio de la “sociedad del simulacro”, afirmando que la humanidad entera se mueve en la copia sin original del mundo. El simulacro es considerado la última etapa de la historia de la imagen –la imagen como concepto epistemológico- pasando de un estado en el que se enmascara la ausencia de una realidad básica, a una nueva época en que la imagen que no mantiene relación alguna con ninguna realidad: es su propio y puro simulacro. (Horrocks, 2004) El arte visual deja de ser proyección y representación de “la realidad”, ahora recrea mundos alternos para lograr sentidos en el caos cotidiano.
Así, inmersos en un mundo multicultural, en el que debemos encontrar equilibrio entre conceptos antagónicos que atañen a vocablos tan básicos como identidad, género y cultura, todo objeto de arte en realidad debiera servirnos “para la completa interrelación de lo real y lo virtual (…), ya no se puede tomar por común la vida cotidiana pues es el instrumento con el que sobrevivimos la irrealidad. La cultura visual…se ha convertido en el emplazamiento de un cambio cultural e histórico donde la imaginación es ahora una práctica social”. (Appadurai, en Mirzoeff, 2003) El arte, ya no plástico sino visual, ha dejado de ser un mero reflejo de la sociedad, al margen de la misma, para convertirse en una herramienta cognitiva, y es por ello que utiliza como parte de su lenguaje imágenes y objetos de nuestro entorno cotidiano. Esto sin embargo constituye la gran paradoja de los creadores de hoy en día: aún cuando su materia prima pertenece al orden del inconsciente colectivo, la gran mayoría de los espectadores se encuentran perplejos frente a objetos que desafían su propia categorización de lo que consideran arte.
Gombrich establece en su ensayo “Estilos artísticos y estilos de vida”, que la idea de los objetos de arte como resultado de un modo de vida tampoco es de su agrado. Es la forma en que durante años hemos estudiado los fenómenos de arte, pero en realidad son formas de la era moderna que se utilizaban con fines metodológicos. La tesis es que, aunque creemos que lo que establece la identidad “vis a vis” con otra generación anterior es un tipo de música, un lenguaje o un arte diferente. Lo que llamamos “espíritu de una época” es una forma de colectivismo. Hoy en día, las estructuras de poder se sostienen, pero de forma precaria, y en su lugar hemos dado paso a la heterogeneidad. En este ámbito es más interesante el análisis contrario: cómo es que los objetos nos condicionan a una determinada forma de vida, ya que a partir de los objetos de arte es que podemos elaborar el imaginario común de una época, de una sociedad, de sus formas de percibir el mundo y de interactuar con él. Así pues, la manera en que categorizamos e interpretamos los fenómenos artísticos dicen mucho de nosotros mismos.
Las nuevas formas de arte, entonces, pretenden ser anti-institucionales, anti-objetuales y anti-comerciales. O por lo menos desde el punto de vista moderno de los tres términos, ya que, -a diferencia de las vanguardias- tampoco pretenden existir al margen del mundo al que (im)presentan, al contrario: son bienes de consumo cultural y buscan formar parte de la cotidianidad del medio en que se desarrollan tanto como integrar la inmediatez de lo cotidiano –y de lo que desde ahí nos significa- a su objeto de trabajo. De ahí su riqueza. Es por esto que el artista hoy en día es un ente social que se relaciona participativamente con su medio socio-cultural y que, desde esa posición, busca oportunidades de acción y campo de trabajo como profesional de su ramo.
Pero, si el artista visual de hoy en día es un intelectual de su tiempo que nos ayuda desde la inmediatez de su obra a comprender los fenómenos de los mundos en que habitamos, tendremos que preguntarnos otra vez, ¿Por qué la brecha inmensa entre éste y nosotros? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo sentir cercanas las nuevas dinámicas del arte? Porque el paradigma de arte para las grandes mayorías sigue siendo el renacentista –o el decimonónico a lo más- adscrito en la lejanía, al Olimpo de la “alta cultura”, y si se juzga el trabajo de los artistas visuales contemporáneos bajo esos parámetros, efectivamente no reúne las condiciones necesarias y suficientes para ser llamado “arte”…el dilema está en el concepto de arte desde el cual partimos, está en nuestro pre-juicio, en el propio horizonte de interpretación.
Pero, será otra historia…